Adriana Lestido

Maestra Lestido

por Juan Forn.

Hace poco me pidió Lestido que le llevara un sobre a una japonesa que estaba de paso por Buenos Aires. Cuando llamé para combinar la entrega, la japonesa se refería a Adriana como la "maestra Lestido". Hablaba un castellano raro pero, cuando decía "¿Maestra Lestido manda eso para mí?", estaba explicando mejor que ninguno de nosotros lo que está pasando con la Lestido.

A ella no le hace mucha gracia el asunto, pero es así. Vengo siendo observador privilegiado del fenómeno, desde que Lestido pasa más y más tiempo en la costa atlántica. Siempre es impresionante ver a una persona como crisálida y, después, reencarnándose. Lo maravilloso en Lestido es que reencarna sin perder sus anteriores encarnaciones (no son palabras que uso habitualmente. He ahí otro efecto Lestido).

Lo que admiro de ella es que están en ella todas las que fue. Y sigue mutando. Y sigue sumando. Hubo lo crudo, al principio. Lo frontal testimonial, lo áspero. Pero siempre íntimo. Eso es lo que tiene y tuvo siempre. Con el tiempo fue sumando armónicos y mostrando otras facetas de esa intimidad. A mí me impresiona que logre con la naturaleza algo que lograba con las personas. Se le muestran. Eso es intimidad. "Lo que se ve", dice ella.

Ese paso atrás del yo, tan japonés, puede llamar a confusión. No me parece que se esté poniendo cada vez más austera; al contrario: me parece que se le está animando cada vez más a la inmensidad, en sus diferentes formas. Ver cada vez más. Que se vea cada vez más. Si nuestra vista fuera suficientemente buena, podríamos alcanzar a vernos la nuca cuando miramos a la distancia. Eso es lo que nos hace Lestido con sus fotos.

volver