Adriana Lestido

Los secretos del fuego

por Raquel Garzón.

Sobre el nuevo libro de la fotógrafa Adriana Lestido, "Lo que se ve", que reúne en 152 imágenes más de 30 años de su vida como fotógrafa.

Era ya un pintor famoso Edgar Degas cuando en 1895 empezó a quedarse ciego. De ese año son las 40 fotografías suyas que se conservan, en las que intentó –mitad juego, mitad desesperación– usar expresivamente un medio nuevo: casi un cortejo a la luz, mientras la penumbra amenazaba con tragarlo todo.

La anécdota regresa como el mar cuando recorro el reciente Lo que se ve, libro en el que Adriana Lestido (Buenos Aires, 1955) reúne en 152 imágenes más de 30 años de su vida como fotógrafa. Es la luz, claro, el manejo de la luz: esperarla hasta que diga lo que queremos que diga, no apurarla, como quien conoce los secretos del fuego. Pero hay más, algo en el modo de cincelarla, de conocerle los pliegues, el revés, los corcoveos y por eso uno siente que las fotos de Lestido podrían verse incluso a oscuras, porque en ellas el blanco y negro se convierte en otras cosas: en la música que bailamos con los ojos cerrados, apretados a otro cuerpo, masticando su perfume; en la huella de una sonrisa que se escapa a pesar de la pena; en tatuajes que repiten desde la piel y el encierro declaraciones de amor; en todas las historias que puede contar una camisa blanca que descansa sus arrugas tendida en el respaldo de una silla; en el sabor de un beso.

Editada por Capital Intelectual, esta antología de 296 páginas se abre con “Madre e hija de Plaza de Mayo”, una foto de 1982 que aún hoy anuda la garganta, y recupera también, entre otros, su ensayo sobre mujeres presas (fotos que tienen la desolación de un grito), además de una serie –impactante– sobre esa tensión exigentemente tierna que caracteriza el vínculo entre madres e hijas, indagando de mil formas qué quiere decir ser mujer en cada caso.

Mis favoritas no ocultan su prehistoria trágica. Niñas atesorando niños, abrazando en ellos lo poco dulce que la vida les ha dado; eso cuentan sus retratos de madres adolescentes. Siento una extraña emoción al mirarlas, como si alguien me acercara otro sentido de la palabra alegría.

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